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jueves, 16 de diciembre de 2010

Increible leyenda de la viga atravesada


¡Hay que ver como somos los buhoneros!
Corren por los mentideros de los caminos, historias que como la que sigue, describen las cuitas de nuestro penoso laborar diario y menester.
Este es el caso de la leyenda de la viga atravesada de Mahíde, pueblo cercano a la vecina Portugal.
El relato es el que sigue, y es según lo contaba Don Victoriano Vega, del vecino pueblo de la Torre de Aliste.
Espero que lo disfruteis tanto como yo cuando lo escuche por primera vez.

Parece ser que todo empezó cuando un buhonero que pasaba por el pueblo les vendió una hoz. Por aquel entonces, los habitantes de Mahíde desconocían las hoces, lo que hacía que las tareas de la siega fueran sumamente penosas.
Los segadores iban pertrechados de una bigornia, un cincel y un martillo, así pues, cuando iban a la siega, tomaban una caña, la colocaban sobre la bigornia y con el cincel y ayudados por el martillo la cortaban. Así iban planta por planta, con lo cual las labores de la siega se prolongaban casi hasta la siembra siguiente. Fue por eso que cuando el buhonero les enseñó la hoz y les demostró lo práctico que era su uso quedaron todos encantados y le adquirieron una. No obstante el quincallero les avisó de que la utilizaran con cuidado, ya que la falta de práctica en su uso podía acarrear accidentes.
Así, todos contentos, se dirigieron a las mieses a estrenar su reciente adquisición.
Al rato de estar segando, el primer vecino que la había probado, se cortó un dedo. Asustado y contrariado tiró la hoz y no quiso seguir segando. Otro vecino le tomó el relevo con resultados parecidos.
Los vecinos se iban mosqueando y empezaron a llamar a la hoz la "bicha rabiada". Cuando varios vecinos fueron mordidos por la bicha rabiada perdieron la paciencia y decidieron deshacerse de ella, para eso, nada mejor que matarla a palos.
De este modo, todos los vecinos la rodearon y armados de estacas se dispusieron a molerla a palos, con tan mala suerte, que al primer golpe, la hoz saltó y fue a quedar colgada del cuello del alcalde. El alcalde aterrorizado gritaba "¡Quitadme la bicha rabiada!, ¡Que me come la bicha rabiada!". El más osado de los vecinos se acercó, no sin miedo, y de un tirón le arranco al alcalde la bicha rabiada del pescuezo, pero claro, de paso le rebanó el cuello y le separó la cabeza del cuerpo. Aquello fue el colmo y los vecinos decidieron prender fuego a las mieses para que la bicha rabiada muriese abrasada. El resultado fue que aquel año perdieron la mayor parte de la cosecha, amén del alcalde.
No obstante aquí no acabó la cosa. Con la cosecha mermada se enfrentaban a otro problema, los ratones que amenazaban con comerse el poco trigo que les había quedado. Por aquel entonces, en Mahíde no sabían de la existencia de los gatos, así que no tenían forma de luchar contra los temibles roedores.
El azar quiso que volviera por el pueblo el buhonero, que por suerte traía un gato y les explicó a los vecinos las bondades del bicho en la lucha contra los ratones, pero después de la experiencia con la hoz no estaban muy convencidos de las maravillas de aquel quincallero. Sin embargo, la necesidad era acuciante y decidieron arriesgarse y adquirir aquel curioso felino que iba a librarles de la plaga de ratones. Cuando el vendedor ambulante se alejaba, los vecinos se percataron de que no le habían preguntado acerca de las costumbres alimenticias del gato así que a voces preguntaron:
¡Buhonero...! ¿Qué come el gato?
Él contestó "Lo que los hombres…"
Con la distancia los habitantes de Mahíde entendieron que el gato se comía a los hombres y aquello no les gustó nada. Volvieron a preguntar, por si acaso, y recibieron la misma respuesta que ellos seguían interpretando mal. Así varias veces, hasta que el quincallero, cansado de tantas voces respondió con enfado "Moscas asadas". Eso lo entendieron todos y ya quedaron más tranquilos.
Se presentaba ahora el problema de conseguir suficientes moscas para alimentar al minino, así que un cazador del pueblo se prestó voluntario para con su escopeta cazar el mayor número posible de moscas para tener al felino contento. Así pues, ni corto ni perezoso, comenzó la tarea. Una mosca juguetona que por allí andaba se posó en la chaqueta del nuevo alcalde, el cazador apuntó y disparó, con tan buen tino que acertó de pleno en la mosca, pero como efecto colateral también alcanzó al flamante alcalde, que pasó a mejor vida. Aquello puso sobre aviso a los vecinos que recordaron el asunto de la "bicha rabiada", así que para que la cosa no fuera a más decidieron deshacerse del gato. Pero el bicho tenía otros planes y se revolvió contra los vecinos dejándolos a todos arañados y magullados, finalmente el felino se desembarazó como pudo de los iracundos lugareños y corrió hasta encontrar la gatera de la iglesia, por donde se coló y se puso a salvo. Los vecinos, no satisfechos y temiendo que el gato volviera a salir y a atacarles de nuevo, prendieron fuego a la iglesia para terminar de una vez por todas con el infernal bicho.
Un nuevo problema se les presentó a los habitantes de Mahíde, tendrían que reconstruir la iglesia y para ello debían conseguir una gran viga. Decidieron talar un negrillo grande que había a la sazón a las afueras del pueblo. El problema es que el negrillo estaba situado al lado de una profunda poza, lo cual hacía que la tarea fuera complicada.
El más anciano del pueblo aportó la solución, sería necesario ir a recoger gran cantidad de buyacas con las cuales rellenarían el pozo y trabajarían de forma cómoda y segura. Cuando la poza estuvo llena de buyacas acordaron los mozos que subirían a lo alto del negrillo y se irían descolgando uno de los pies de otro hasta tocar suelo, de esta forma harían fuerza y derribarían el árbol y así lo hicieron. Pero en el momento en que el último mozo trató de hacer pié sobre las buyacas de la poza, se dieron cuenta de que flotaban y que no había seguridad, el mozo de más arriba, vencido por la fatiga que le causaba el peso de todos los demás jóvenes rescolgados de él no pudo seguir sujetándose, con lo cual toda la mocedad del pueblo cayó a la poza.
Afortunadamente, ninguno de los jóvenes sufrió grave percance, pero eso sí, todos salieron hechos unas sopas. Se desnudaron y se tumbaron al sol para secarse pero cuando estuvieron secos se presentó el problema: tenían que calzarse y en aquel lío de piernas y pies, nadie sabía cuales eran los suyos para calzarlos, por lo cual, el zapatero del pueblo tuvo que ir a buscar una lezna e ir pinchando pie por pie para que cada mozo supiera cuales eran los suyos y así poderse calzar.
No sin vicisitudes, consiguieron talar el negrillo y hacer la viga para restaurar la iglesia, pero se presentó el problema de introducirla por la puerta. Todos a una trataban de meter la viga, pero la ponían atravesada y no había modo de que la viga entrara por la puerta de la maltrecha iglesia.
Así pasaron varios días de infructuoso trabajo, hasta que por aquellos lares volvió a pasar nuestro conocido buhonero que empezaba a tomarle gusto a los tratos que hacía con los de Mahíde, al ver los trabajos de los vecinos del pueblo se ofreció a ayudarles, les dijo que el problema era de falta de lubricación de la viga y que si le compraban todo el aceite que traía, él les garantizaba que entrarían la viga en la iglesia. Dicho y hecho, los de Mahíde le compraron todo el aceite y el quincallero les dijo que untaran bien la viga con él, después fue dirigiendo a los mozos hasta que se pusieron de punta frente a la puerta de la iglesia y consiguieron meter la viga sin problemas. Los habitantes de Mahíde quedaron muy agradecidos al buhonero que desde entonces no perdió la oportunidad de pasarse por el pueblo cuando tenía ocasión para solventar las posibles necesidades de los lugareños. Y también desde entonces, se conoce a los pobladores de esta bonita villa alistana como "los de la viga atravesada".
Como me lo contaron, así os lo cuento. "Si non e vero e ben trovato".

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